lunes, 2 de mayo de 2016

El café de las diez menos diez.

Aquel día, como la mayoría durante el año, salí al toque de la finalización de las clases. La gente salió en tromba como si no fuera a volver la anhelada libertad. Este descanso era de quince minutos, lo justo para tomarse el segundo café de la mañana.

Salí del aula con la parsimonia que me caracteriza, con las manos en los bolsillos y resoplando y de esa manera subí las escaleras que separanban las clases de la cafetería.

Y allí estaba ella apoyada en el poyete de la ventana, sonriendo. Regalandome aquella sonrisa a las diez menos diez de la mañana que a veces era lo unico que me llevaba al día.

A veces ella tenía pocas ganas de sonreir y de que sus risueños ojos marrones me iluminaran el día. Aún así ella me sonreía, aquel acto tan cotidiano de darme los buenos días con una sonrisa era capaz de darme fuerzas cuando no las había.

Como digo aquel descanso no daba para mucho, escuchar como la máquina de los cafés se quejaba, ya vieja, del sobresfuerzo de la mañana y comentar un poco el día a día. Pero lo más importante de aquel café era llevarme la cafeína de su sonrisa y poder sentarme tranquilamente durante quince minutos al día. Sólo con el café humeante entre las manos y dispuesto a escuchar cualquier disparatada historia que me quisiera contar.

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