martes, 6 de septiembre de 2016

Más bohemia que el propio París.


Más bohemia que el propio París.
Labios carmín, rojo.
El corazón desarmado.
El pelo le cae sobre hombro
y se apoya en su clavícula
para envidia de todos.



Bolso del color del carmín
Y vestido, siempre vestido.
Esta vez negro,
Como ese sombrero bohemio
que solo le queda bien a ella.





Media manga,
Un libro en el bolso.
El otoño en la mirada.
Y las manos cargadas de arte.



Ella es la flor

que creció en pleno asfalto

en la ciudad de Madrid.



La flor que desafió a la gran ciudad.

Una mirada suya.

Allí plantada en una calle de Malasaña

valía más que todos los versos

que se pudieran escribir.



Ella seguía creciendo desbocada

y melódica como un blues.

Llena de luz

como un baile en medio de un bar sin nadie

o una cerveza en verano.



C'est la petite fille.
C'est ma petite fille.



La chica más bohemia,
Siempre quiso ser Madrid
Y no París.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Le pettit mort

Echo a andar, el portazo aún resuena en mis entrañas. El pueblo se mece entre la penumbra y una Luna que juega al escondite con las nubes. Con las prisas he dejado el móvil en casa. Suerte que cogí las llaves y el tabaco.

Ando por el empedrado absorto en mis pensamientos cuando una lechuza se cruza en mi camino. Se posa en el pollete se la ventana y me mira. Me sostiene la mirada. Se termina el empedrado y pienso en el estúpido pájaro y su profunda mirada.

Tras dos calles llenas balcones llenos de macetas vuelvo a ver a la lechuza. Contonea su plumaje marrón ante mi. El pájaro sacude la cabeza y entra en un viejo caserón con la puerta entre abierta. Como a estas alturas no voy a solucionar nada me aventuro a seguir al ave.

Cuando entro en la casa seguido por un fervor que no creía capaz en mi, me doy cuenta del micro-clima que reina en la casa y la humedad que se puede incluso masticar, piso unos cristales cuando camino y es que la lámpara de araña del techo es ya un recuerdo. A mi lado un armario y una estantería con libros que podría decir no son de este siglo. Ni mucho menos del anterior. La mitad de un espejo a mi izquierda me devuelve la imagen de un hombre con pequeña melena ondulada con cara de haber visto a alguien levantar del letargo de la muerte.

Veo unas escaleras de piedra y me dispongo a subirlas. Casi puedo notar el frío de las baldosas a pesar del calor que reina en la casa. Cuando termino las escaleras un pasillo se ofrece con algunos crucifijos y cuadros de una dama preciosa. Entro en la única puerta que está abierta con el alma encogida y el aliento saliendo por mis pulmones.

Cuando entro veo una cama, una cama grande correctamente hecha y una mujer que yace en el suelo. La lechuza está a su lado, esperando algo.

La mujer tiene una media melena recogida en un moño. Y como está de espaldas no le veo la cara. Pero si veo que tiene varios tatuajes. Una calavera junto a una llave en la nuca. En el costado el Cristo de la buena muerte. En el gemelo un dibujo de alguien encapuchado. Y en los omóplatos las palabras muerte y vida en francés.

La mujer gimotea y dice algo imperceptible. El pájaro que parece entender mejor que yo alza el vuelo y coge una manta y la pone sobre los pies de la misteriosa mujer.

-La muerte es la última mujer con la que me iré.- dice ella.

Yo que no se nada de francés no entiendo que dice.

-El tiempo se acaba, Carpe diem.

Dice ella con el marcado acento francés. Hasta ahora no me había dado cuenta pero tiene una cicatriz de una raja en el costado y un hilo de 7 arañas tatuadas.

-¿Estás bien?

-Me muero, que ironía.

-Puedo llamar a una ambulancia.

-No serviría de nada. Para salvarme tienes que hacer varias cosas, pero antes te debo contar quien soy.

Quedo consternado con su voz y su acento. Me arrodillo tras de ella y subo la manta para taparla entera el ave sale de la estancia.

"Soy francesa de nacimiento. Nací hace más años de los que pueda recordar pero se de donde vengo.

Huí de casa cuando apenas cumplía diez años. Recuerdo que mi padre, superviviente de una guerra de la que no podía olvidar llegaba a casa borracho cada noche. Yo todas esas noches veía como aquel engendro pegaba a mi madre con el mismo cinturón de la silla de los caballos. Una noche de marzo, por primera vez me dió a mi con el cinturón en el costado y me rajó con la hebilla. Yo me tire al suelo y lloré tanto como pude. Vi como mi madre reunía la valentía que le quedaba y le acuchillaba una pierna.

El con la adrenalina del momento se levantó como pudo y abofeteo la cara de ella. Ella volvió a acuchillarle, pero esta vez en el brazo. Finalmente el se levantó y la golpeo hasta matarla.

Mientras yo salía de aquella casa y me adentré en bosque. Corrí mientras rezaba a un Dios que no parecía escucharme. Y cuando no me quedaron fuerzas le recé a la muerte para que no viniera. Cuando me di cuenta me desmaye exhausta.

Días más tarde me levante en un duro catre y una mujer con un extraño crucifijo me velaba y me oraba.

Cuando pregunté que había pasado me dijo que sólo me había curado y que la muerte había escuchado mis plegarias. La cicatriz del costado es sólo un recordatorio de a quien le debo la vida.

Aquella mujer a quien la Iglesia llamaba bruja me enseñó a leer y escribir. Y en parte a sobrevivir. Cumplí los 27 años y mi maestra cada vez iba a peor. Ella que era más sabía que los cerezos me dijo que la muerte pronto vendría a buscarla.

Una vez más me encontraría con la muerte sin pedirle nada a cambio. Yo que no podía perder a nadie cuando vino a buscarle la muerte hice un pacto con ella.

Trabajaría para la muerte durante toda la vida a cambio de la salud de mi maestra. El señor de la muerte accedió. Seguiría viva la bruja durante doscientas lunas para solucionar todo aquello que debiéramos, luego sería reina de la muerte. Lo único que podría matarme es perder La Calavera durante dos lunas.

Y así es como empecé a matar gente cuando El señor de la muerte me lo mandaba. Hasta que hace unos días un cazador de brujas me asaltó y robó el amuleto."

jueves, 4 de agosto de 2016

No title.

Podríamos haber sido
puro invierno desenfrenado.
Un copo de nieve en una postal de mar.
Un abrazo en mitad de la tempestad.
Un guiño de ojos a centímetros.

Podríamos haber construido
un invento para volar.
Podríamos haber escrito 
mil historias con final feliz.

Podría haberte hecho canción o poema
y decirle a Madrid que ya no es musa.

Pero para todo esto hizo falta
un "no te vayas, quédate."

Y ahora que no eres ni canción ni poema,
que no hay inviernos ni finales felices.

Ahora que no echo de menos aquel acento que sonaba a lejano
estando tan cerca.

Ahora que  me vuelve a calentar el café las manos
y escribo sin mirar de reojo si vienes.

Ahora, ya  no vengas.

lunes, 2 de mayo de 2016

El café de las diez menos diez.

Aquel día, como la mayoría durante el año, salí al toque de la finalización de las clases. La gente salió en tromba como si no fuera a volver la anhelada libertad. Este descanso era de quince minutos, lo justo para tomarse el segundo café de la mañana.

Salí del aula con la parsimonia que me caracteriza, con las manos en los bolsillos y resoplando y de esa manera subí las escaleras que separanban las clases de la cafetería.

Y allí estaba ella apoyada en el poyete de la ventana, sonriendo. Regalandome aquella sonrisa a las diez menos diez de la mañana que a veces era lo unico que me llevaba al día.

A veces ella tenía pocas ganas de sonreir y de que sus risueños ojos marrones me iluminaran el día. Aún así ella me sonreía, aquel acto tan cotidiano de darme los buenos días con una sonrisa era capaz de darme fuerzas cuando no las había.

Como digo aquel descanso no daba para mucho, escuchar como la máquina de los cafés se quejaba, ya vieja, del sobresfuerzo de la mañana y comentar un poco el día a día. Pero lo más importante de aquel café era llevarme la cafeína de su sonrisa y poder sentarme tranquilamente durante quince minutos al día. Sólo con el café humeante entre las manos y dispuesto a escuchar cualquier disparatada historia que me quisiera contar.

domingo, 24 de enero de 2016

Aquel día.



Aquel día, como todos desde que te fuiste.
Dormí abrazado a una ausencia.
Aquel día frío de un mes primero,
me propuse no besar más labios sabor vino.
Y tirar la botella que guardaba en la despensa.

Aquel día decidí que no quería llamar
a esta ausencia con un nombre tan bonito como el tuyo.

Aquel día volví a ponerme la camisa que odiabas.
Y pensar en sonreír como si llevará una corbata de lunares.

Aquel día dormí abrazado a una ausencia
que tenia el rimel corrido de haber llorado a una soledad.

Que puta es soledad cuando se trata de amar.
Me decía aquella ausencia.

Dormí abrazado a una ausencia
que decía haber visto todos los fríos inviernos
que pasé bajo tu manta.

Aquel día,
que había rehecho mi alma a base de cafés y bolígrafo.
Aquel día,
no te eche de menos.
No niego que me acordé de tus labios
en mi pecho besando cada poro de piel que ardía.
Pero no te eché de menos.

Aquel día tiré a la basura todas tus dudas.
Y me aferré a la felicidad antes de ti.
Y antes de tu ausencia. 

martes, 5 de enero de 2016

Cuaderno de Bitácora.



A esta tormenta también le voy a poner su nombre.

El timón aún tiene muescas de la última vez.



Mis manos añoran
 ser timón de aguas intransitables,
 como su cintura.



Ella decía que andábamos perdidos,
 Pero yo sabía que solo yo andaba a la deriva.



Dejad al mar lo que es del mar.
 Y a ella, dejadla ser brisa marinera.
Dejadla ser el viento
entre los recovecos de una cala.



Quiero que me enseñes a ser mar,
le decía a susurros en su pecho.
Con el sabor 
e su erizada piel
ardiendo en mis labios.



Cae la tempestad sobre la goleta,
que evita encallar en cada ausencia.
Muerde feroz el viento las velas

e incluso amenaza con llevárselas.



Dejad al mar lo que es del mar.
Y a ella, dejadla ser brisa marinera
Dejadla ser el viento
entre los recovecos de una cala.



Vuelve y haz que amaine la tormenta.
Que cuando no eres huracán
eres el viento de levante.



No te dejes llevar si no es conmigo...



Aquella infinidad del mar,
dibujada en una despedida.

La marea no se ha cansado
de volver a ver si has vuelto.
Que arrogante es un adiós si no hay beso.



Dejad al mar lo que es del mar.
Y a ella, dejadla ser brisa marinera.
Dejadla ser el viento
entre los recovecos de una cala.



Verte marchar es como mirar
desde un acantilado
los restos de otro naufragio.


Al final será como enseñar la herida
después de una batalla.
Sobrevivir.
A ti.