jueves, 22 de mayo de 2014

Desde Cádiz con amor.





Enfilé la última recta, con el cigarro ya encendido. No entiendo por qué siempre llego tarde. Además, ese sitio no lo conocía. Aun así, y siendo ya noche  cerrada, me fijé en que este es otro de esos sitios con duende, que mece a la más bella Andalucía entre las flores más bonitas y que la luna no las amarga, sino que oscurece los colores a un tono que lleva a la más pura de las melancolías. Cádiz llena de flores, andaluza y vestida con los colores más bellos que la primavera nos regala. Es la dama de noche.

Crucé la calle y la vi, con los labios de color carmín, con la blusa blanca abrochada hasta arriba y la falda que caía por puro desenfado hasta las rodillas, me hizo sentir insignificante ante aquel espectáculo andante.

La saludo con un beso y la insto a que andemos.

Ya había pasado la hora de cenar pero al ser un día festivo pudimos tomar algo en un puesto ambulante en el que un gitanillo de unos diez años nos cobró con una de las sonrisas más agradecidas que he visto.

Después de unas cuantas cervezas y rozando el alba, mientras ella caminaba dando vueltas por la calle principal, la convencí para que viniera al hotel. Ella me dijo que solo vendría si le recitaba el poema, por el cual había llegado tarde, al oído.

Ya en la habitación de hotel, que era más bien pequeña, le dije que no sabría si le gustaría aquel poema. Pero me senté al lado de ella en la cama y acerqué mis labios a su oído. Aquel día no iba a ver el mar pero su cuello olía a la resaca de un día de levante. Su piel erizada mientras le recitaba aquellos vergonzosos versos que no tenían nada que ver con los acordes de su pelo.

Terminé de recitar el último verso y posé mis labios sobre su cuello. Despacio, incesante y suave. Cuando despegué los labios de su cuello, me recorrió un escalofrío. Recorrí mi dedo índice por las costuras de su camisa como dibujando una nueva, desabroché un botón de la mía. Y la besé otra vez. Pero esta vez en los labios. Esta vez con fuerza, esta vez con las ganas de comerme el mundo con ella.

Aquella noche desnudé su cuerpo y le hice el amor con la delicadeza y la fuerza que mejor supe. El recuerdo, ya borroso, es el de un cuerpo erizado contra otro electrizante haciendo que el mundo valiera la pena durante el alba de un día. Mientras que  los primeros rayos de sol se reflejaban en su pecho, yo inventaba melodías para que jamás se cansara de aquella canción, que eran nuestros gemidos.

martes, 6 de mayo de 2014

La carta de amor que jamás te envié.




Querida Ausencia:

Te escribo esta carta por quinta vez hoy. Aunque está destinada a terminar en la que ya es casi un depositario de correos, mi basura.

Llevo más de un mes pensando en tu sonrisa cuando te despiertas. Un mes de silencios con forma de carta. Llevo un mes esperando que algún día aparezcas sin dar explicaciones y volver a tu manta roja y tus películas de amor.

 que no vas a aparecer y casi mejor así. Siempre dijiste que no te gustaba mi forma de cocinar ni de desordenar tu vida. Pero ahora que no estas y que te has llevado todos tus miedos y todas mis musas, solo me queda echarte menos.

Llegar al domingo, que era nuestro día, y llorar solo escribiéndole al olvido, al rosado de tus mejillas o a tus ojos del color de la canela. Hay domingos que no me soporto si no te echo a ti un poco de menos o me echo a mi un poco de más.

Y es que tras este tiempo esperando a que aparezcas me he dado cuenta de que el tiempo no cura los domingos, el tiempo reseca las lágrimas y ya con eso creemos que nos vamos a salvar cada domingo. Pero nada más alejado de mi realidad.

Aún tengo guardadas algunas de las camisetas que dejaste en el tendero y que me niego a quitar de ese sitio. También guardo algunos de los poemas que te iba a dar, que yo se que en el fondo te gustaba verme escribir. O verme sudar tinta como yo te decía.

Como empezaba la carta, no te la voy a enviar. Tampoco es que pudiera porque no se donde te has ido. Pero como no sé si algún día vas a volver la voy a guardar en la mesita de noche. Ya sólo me queda pasar del sábado al lunes. Y esperar a que un día, aparezcas sin dar explicaciones.

Yo por mi parte seguiré escribiendo este diario de una ausencia, que es el cuaderno de bitácora con el que se hunde mi barco día a día, sin ti.
 
José Carax